las nubes se desplazan con el desparpajo
cruento de una vaticinada muerte.
Un gas mortífero y empalagoso,
culminando en una adhesión sordomuda.
Los cañaverales con sus cabezas de jirafa,
huelen la puntiaguda brisa, que revisa,
las axilas de las escuetas hojas,
suspendidas impacientes, indulgentes.
Un fingido silencio conmueve a los insectos,
y la procesionaria regresa a su bolsón,
respetando los mojones de la noche,
pero minando su paso de urticantes púas.
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